Flor de Naranjo, Flor de Liz
- Mario come Oaxaca
- 23 mar 2020
- 4 Min. de lectura
Todos sabemos o al menos tenemos una noción de lo qué es un muxe, lo aceptamos, lo respetamos o al menos lo toleramos. No obstante, creo que la diversidad es universal y existe escondido en los pueblos indígenas, pero no es tan visto o es llamado de alguna otra forma desde su cosmovisión a estos individuos de dos espíritus.

En el momento de terminar la sesión de muxe, había una espinita en mí; como ustedes ya sabrán, yo no soy del istmo, provengo de la mixteca, y a pesar que en la actualidad los muxes me han abrazado y me consideran como una más de sus hermanas, yo soy una persona versátil, en este mundo llamado Oaxaca.
En mi proceso de identidad, tuve la curiosidad de probar diferentes indumentarias. Esta transformación no fue rápida e inició por etapas, desde un primer rebozo hasta usar una enagua como prenda de diario. Entonces, para mi segundo trabajo fotográfico me interesó los colores cerezas y azul eléctrico de los listones del huipil de Huautla de Jiménez.
A diferencia de la serie fotográfica anterior, se necesitaba una sesión más sobria, espiritual y elegante, así que para esta ocasión y hice mancuerna de nuevo con el gran Daniel Gómez que aterrizó el concepto. El set fueron los alrededores de la Ciudad de Oaxaca como Cruz de Piedra y el Andador (en ese momento no pensaba que iba a viajar alrededor de mi estado), y el huipil fue prestado por Erica, una gran amiga y maestra mazateca que radica aquí en la ciudad.
Asi pues hicimos estas fotos, con algunos poemas del autor mazateco Juan Gregorio Regino de pie de página, y la historia se cuenta sola:



Con el tiempo el huipil de Huautla de Jiménez se convirtió en una de mis indumentarias que más utilizo y me acompaña en muchos eventos sociales y culturales, no obstante, faltaba algo: ¡Viajar a Huautla!

Pasado un año, revisando los mensajes en Instagram, recibo una invitación sorpresiva para visitar el místico pueblo místico de Huautla, por parte de su proyecto turístico Experiencias Mágicas, que impulsa viajes a la sierra mazateca, más allá de la imagen de María Sabina y los hongos alucinógenos, por lo cual es conocido. Acordamos fechas y solo queda esperar.
El viaje partiendo de la Ciudad de Oaxaca son cinco horas, arribé por la madrugada, Manuel y su equipo ya me estaban esperando con el precioso huipil. Mi primer punto fue dar reverencia al Padre Trueno en el Cerro de la Adoración, me comentaban con un día anterior habían hecho faena para poder avanzar en el trayecto. Después de dos horas de caminata llegamos a la cima.
Junto con los curanderos del pueblo, oraron por todos nosotros en mazateco, posteriormente dejamos la ofrenda que consistía en cacao y velas; se me realizó una limpia con hojas similares al poleo y brindamos por un día más de vida con wako (aguardiente destilado con raíz). Nos quedamos un momento para ver el amanecer y empecemos nuestro recorrido de vuelta, no sin antes tomar algunas fotos y visitar la casa-museo de María Sabina; ya en el pueblo, nos estaba esperando la abuelita de Manuel con un rico guisado de tepejilotes con ayocotes y quelites, con un café exquisito y pan de panela.

El momento cumbre de este viaje fue sin duda la representación de una boda mazateca. En el patio ya nos estaba esperando la Orquesta Filarmónica Infantil y Juvenil de Huautla (En verdad una sorpresa enorme) entonando Flor de Naranjo y los sones mazatecos; entonces pregunté: ¿Y la novia?, cual fuera mi sorpresa que la novia era YO.
Rompiendo estereotipos y en el fondo de mi ser había una sensación de agradecimiento y otra parte nerviosismo porque estaba consciente del significado cultural que tenía este hecho, aunque sea un supuesto, era la primera vez que se casaban tradicionalmente dos chicos. Me dejé llevar.
Procedieron entonces al acto ancestral del lavado de cabeza y manos por parte de los padrinos de bautizo. Antes de llegar a la casa, mi novio ya se reunía con los invitados cargando un cántaro con agua y mi madrina llevaba una canasta con jabón y una toalla. Pasé con mi novio al centro del patio y mis padrinos me pidieron que tomara asiento, empezaron a destrenzarme el cabello y lavar mi cabeza mientras colocaban un copalero con incienso para que se alejen las malas vibras y maldiciones. Terminando de lavar mi cuerpo, recolectan esa agua se debe guardar en el cántaro por cuatro días para después ser regada a las plantas, además de asignarme un niño que me cuidará en la próximas 24 horas para no arrepentirme de la boda, ya que la festividad se realizaría al siguiente día (recuerden que fue una boda falsa 😉 ).


Terminando la ceremonia, la madrina junto con las mayoras reparten el atole agrio, una bebida tradicional de Huautla que consiste en maíz que se deja fermentar entre 3 a 5 días con el cual se prepara el atole y se acompaña con frijol ayocote y pipían. Yo comparo esta bebida como aprender hablar el idioma mazateco porque es muy difícil de entender y comprenderlo, pero cuando lo prácticas hasta le vas agarrando gusto, por el momento solo me pude terminar una jícara, su sabor es para paladares experimentados.
Así transcurrimos la tarde bailando sones mazatecos al ritmo de la banda infantil, para más tarde sentarnos a la mesa y cenar un rico tesmole (mole similar al amarillo pero con chile chiltepe y hoja santa).


Así terminó una de mis experiencias en tierras mazatecas y portando su indumentaria, debo de confesar que a diferencia de los trajes del istmo y la muxeidad, me hizo reflexionar sobre el peso que significa portar una indumentaria y el debido respeto que debes hacerlo ya que en mi caso tengo dos barreras, soy una persona foránea y soy hombre, así que debo agradecer a todas las personas que me apoyaron en este viaje, a los fotógrafos que estuvieron ahí y a la confianza del pueblo mazateco por permitirme ser parte de su cultura. Sinceramente con ustedes le di sentido a mi proyecto.

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